Centro Médico línea 9 está atiborrada. Gente que va a sus casas principalmente. Foráneos de ruta, quedamos de vernos en el lugar por antonomasia de las citas chilangas subterráneas. Ese “nos vemos debajo del reloj” es tan contraproducente en días como estos, de axilas calientes y desodorantes ineficaces.
Cristina, la última de la banda en llegar, lo hace cuando hay seis filas de apretones gratuitos. Pudimos entrar a la llegada de la sexta limusina naranja. La tierra prometida: Ciudad Deportiva. Ahí vería por segunda vez a Radiohead. ¿Esperaba lo mismo? Con ellos es siempre un "nunca se sabe". Lo único que sabes es que son adictivos, cual panditas rojos.
La búsqueda árida de una playera decente provocó que nos perdiéramos a Other Lives. Era tiempo de ir por Ale. Cuando llegamos la pequeña tribu que fácilmente entraba a la puerta 5 se convirtió en una gran manada.
Caribou nos sirvió de fondo para comprar alcohol y colarnos a un lugar decente de la General B. Un gordo y alto individuo de sombrerito condesero nos tapa la vista. Después del último acorde del segundo invitado, no hay chiflidos para que inicie, todos parecen agüitados por el chipichipi que se volvió regaderazo nocturno. Ale lleva un impermeable grueso, yo, codo, no me compré uno de esos plastiquitos verdes y azules. No me sentí tan mal: había otros miles en mi húmeda situación.
De fondo suenan las canciones electrónicas que tanto le gustan a Yorke, esas que hermanadas con Aphex Twin, Flying Lotus y Squarepusher, todas ellas presentes en el Radiohead de hace 12 años, de Kid A, y en el King of Limbs. Muchos y muy rápidos beats que hacen bailar a no pocas veinteañeras y algunas caderas treintonas.
Más de cien beats por minuto y un sonido envolvente dan paso a la canción abridora de la noche: “Bloom”. Las guitarras suenan ligeramente más distorsionadas que las espectaculares imágenes puestas en las nueve pantallas del escenario. “Buenas noches México, somos Radiohead”. Inmediatamente suena el tiempo en 5/4 de “15 step”.
Yorke lleva el cabello largo, canoso y barbita de una semana. Parece un paria epiléptico. O’Brien, de negro y con su beatlesca Rickenbacker 360, nunca deja de lucir elegante y sobrio en sus notas. Johnny, de sudadera roja, es el eterno teenager tímido y talentoso que todos aspiramos ser.
En el escenario vemos a dos pelones. Clive Dreamer, baterista de Portishead, que más que ser un invitado es otro engrane que se complementa con Phil en el arsenal percusivo acústico y electrónico.
“Pinches luces poca madre” dice un joven de bigote a la Zapata o a la Dalí (torcido incluido) al tiempo que mueve la patita. El equipo de iluminación era el mismo que el de la gira In Rainbows, pero aumentado: ahí estaban los leds colgantes; lo nuevo son las pantallas gigantes y las tomas multiangulo de los músicos.
Pese a la lluvia la noche se torna cálida, chingona. “Airbag” es la confirmación de que Radiohead sabe administrar sus dosis de nostalgia con precisión. Pero sabemos que los de Oxford nunca dan concesiones continuas. La que le sigue es “Staircase”, a mí parecer, la mejor canción de King of limbs, aunque no está incluida en el álbum.
El uso de elementos deconstruidos como loops, textos mochos sin sentido, ruidos y atmósferas extrañas, y ritmos irregulares, se han vuelto parte definitoria de Radiohead tanto o más que el britpop de The Bends. Lo periférico se ha vuelto lo reinante en la banda. Su propuesta estética (y ética, como dice mi amigo César) se basa en ser consecuentes consigo mismos, construir catedrales de sonidos sin ver al pasado, por muy rico que éste sea. “The gloaming” es parte de esa estética que los acompaña desde hace 11 años.
“Supercollider”, otra de las canciones nuevas, no pega tanto entre la gente. ¿O sí?
Todo lo que dice ese hombre del ojo chiquito es aplaudido y coreado por los 90 mil asistentes. “Nude”, otra de “las tranquilas”, es aprovechada por nuestro vecino de hombro para echarse otro joint. “Identikit” y “Little by Little” sirven también de fondo para quienes compran sus asquerosas Sol.
Con “There there” las cosas cambian. El tono rojizo y mareante provoca que todos nosotros, zombis, hagamos air drumming con el Groove tribal de Selway, Dreamer y los hermanos Greenwood. Esto es un pequeño concurso de quien es el más solvente en su imitación. Del éxtasis entramos al frío robótico de “Feral”. Es en las canciones electro cuando mejor presumen la iluminación.
Veintitrés canciones que hicieron que nos olvidáramos de cuán empapados estábamos. Después de bailar con “Idioteque” nos cambiamos de lugar. Noté que a nuestro lado está el periodista y escritor Alejandro Páez Varela cantando emotivamente “Exit Music for a Film”, esta vez sin que se les rompiera alguna cuerda a los de Oxford, como sucedió en su anterior visita.
La pieza se presta para darse arrumacos y susurrarse al oído. La mujer que acompaña a Páez Varela llora. Como si esa frase de “Today we escape, we escape” los hiciera sentirse más cerca. El público alienado se va satisfecho con otro guiño al pasado: “Street spirit”.
Es curioso como una banda que habla sobre la alienación nos hace sentir tan bien. Los sintetizadores, las voces alteradas, las depresivas guitarras ambientales nos hacen sentirnos en casa. Como los dos monitos que se saludan en el Ok computer. Todos salen alegres bajo la llovizna.