Sortilegio

Posted by Miguel | Posted in | Posted on 1:35

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Hablaba con Miriam sobre los proyectos fallidos de la universidad. Recordamos una historia: la de los típicos megalomaniacos que secuestran el equipo para hacer una revista de fin de semestre decente. Un Cuaderno Salmón con seis pesos. Obvio todo sale mal. Salidas de integrantes. Falta de afinidades. Alguien (pongámosle "Aloha") propone un texto sobre la protección animal. No gusta. Se va. Discusiones por el estiló a la pixelé del futuro panfleto. Números rojos.Textos al ahisevá. Dos números pedorros ven la luz. Después de la plática y ya en casa, saqué uno de los pasquines, el de la horrible portada del perrito de globo, como dice mi amiga. Me imaginé con el otro líder del grupo dictador (llamémosle "Omy" para guardar su identidad) haciendo cuentas para que a los organizadores les saliera más redituable. Sacar una lanita. Después nos visualicé caminando rumbo al metro sin el dinero extra deseado. En esos ayeres no había eso de fondeadoras o estartuperos o plataformas de apoyo. De todos modos nos habría ido igual de mal... pero ahora tenemos sentido del humor.









20 tristangos por Astor

Posted by Miguel | Posted in , , , | Posted on 8:59

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A los 13 años, Astor ya era un tanguero, pero un solo hecho lo definió.

Tocaba piezas de Gardel, pero no sabía la importancia de éste en el mundo del tango hasta que le regaló personalmente una figura tallada por Vicente, su padre, en la visita del cantante a Nueva York.

Embelesado por el sonido de Astor, Gardel lo invitó incluso a formar parte de su banda. 

Versiones que otros músicos le han hecho a “Adiós Nonino”, la canción más célebre de Piazzolla.
Años después, en 1935, los Piazzolla recibieron un telegrama proveniente de Long Island. Era de Gardel.

El intérprete de "El día que me quieras" les propuso llevarse al adolescente con él en una gira que iba a emprender por Centroamérica. 

Sus padres Vicente y Asunta agradecieron, pero rechazaron la oferta del astro argentino, justificando la edad del niño y la inexperiencia de este.

Ese revés le salvó la vida. Gardel viajaba en uno de los 2 aeroplanos que chocaron a punto de despegar en Medellín, Colombia.

Piazzolla siguió una carrera académica, alejada del jazz según sus críticos, y más cerca de elementos de otras músicas. Él siempre se consideró tanguero.


Argentina  y México 

Para César Olguín, bandoneonista y líder de la Orquesta Mexicana de Tango, la música popular mexicana y la rioplatense están hermanadas en la forma de abordar la vida y la muerte en sus letras y música.

“Estos son los 2 puntos fundamentales de la música de estos lugares. Astor Piazzolla sabía manejar con maestría esos temas en su música”, apuntó.

"Creo sin que musicalmente haya una confluencia entre las manifestaciones musicales, los orígenes de estas músicas (la argentina y la mexicana) tienen, a través de España y de Francia, el mismo bagaje", dijo.

Además, señala, tangueros en el mundo interpretan piezas de autores mexicanos como Agustín Lara y Mario Lavista.

"La Orquesta no solo rinde tributo a Piazzolla, también a grandes maestros de la música contemporánea que son interpretados ocasionalmente en el tango, como es el caso del maestro Mario Lavista, Eugenio Toussaint y René Torres", dijo.




Las estaciones de Astor

El poeta uruguayo Horacio Ferrer considera que la llegada de Piazzolla al conservador y clásico mundo del tango generó una revolución.

"Eso no es tango, se decía entonces", según rememoró Ferrer, quien equiparó al compositor con Carlos Gardel por haber sido un "universalizador" del ritmo 2x4.

Olguín asegura que es complicado que un tanguero no sea comparado con la música de Astor.

“Para los compositores actuales es muy difícil escribir tango sin parecerse a Piazzolla. Su influencia sigue siendo determinante.

“Él fue un revolucionario, una persona que le dio un nuevo brío al tango a través de haber permeado en su música otros géneros como la música clásica y el jazz”, indicó.

Piazzolla describía su música como misteriosa, profunda y llena de dramatismo.

"Cuando empezamos con el octeto, por ejemplo, parecíamos salidos de un grupo de combate. 

¡Éramos 8 guerrilleros subidos al escenario!", describió el propio Piazzolla en 1982.

Entre sus composiciones más recordadas se destacan "Adiós Nonino", "Libertango", la suite “Las Cuatro Estaciones Porteñas” y "Balada para un loco".

"Tocaba el bandoneón parado, casi con las entrañas", dice Ferrer.

Hoy, el tango recuerda al iconoclasta que desestabilizó sus clichés y lo tornó en vanguardia.








El sentido de la vida y la muerte

Posted by Miguel | Posted in , , , | Posted on 6:30

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No es fortuito que Brandon Sullivan, personaje que interpreta Michael Fassbender en Shame (Steve McQueen, 2009) se hermane con el desquiziado yuppie Patrick Bateman de Psicópata Americano, (Mary Harron, 2000) en el tedio y la superficialidad en la que viven, la cual los lleva (¿o viceversa?) a rango de carnicería. 

Sullivan y Bateman, cansados de su miserabilidad plastificada, cruzan la línea: el primero busca satisfacerse con sexo, cada vez más desinhibido e indiscriminado. El segundo evita ensuciar de sangre su lujoso suit y su par de Ferragamos al tiempo que pone en sus manos una motosierra sobre una yugular.

El corto extásis de satisfacer sus pulsiones primarias y tener a alguien vulnerable los hace sentir superiores. Son kamikazes por dosis.

Con las drogas hay una característica similar, dice Juan Villoro (Premio Herralde de Novela, Villaurrutia y Rómulo Gallegos), quien ve en la violencia actual una degradación del cuidado de sí y del otro.

Con una nueva novela, Arrecife (Anagrama, 2012), el escritor y periodista reflexiona sobre el respeto a la muerte en medio de la ola de violencia registrada en el país.

La obra se desarrolla en un lugar llamado  Kukulcán, ubicado en el Caribe mexicano, trasunto de Yucatán, de donde es oriunda la madre de Villoro. 

Nos ubicamos en un complejo hotelero a cargo de Mario Müller, un ex rockero en vías de rehabilitación que disfruta de placeres extremos. Un chavorruco que ingiere sus dosis de adrenalina como elixir que retrasa las líneas de expresión.

La Pirámide, el recinto en que se desarrolla la historia, es una opción inmejorable para aquellos que ven en el peligro algo atractivo. Lujoso divertimento para extranjeros, la Pirámide es black tourism para el europeo con fajos de dinero que quiere ver acción con un cinturón de seguridad.

Ya en Entre amigos (Los Culpables, Almadía, 2008), Villoro había abordado el mexican curious de los gringos para con nosotros: “Pero la culpa fue suya: quería ver iguanas en las calles". Ahora, le da una vuelta de tuerca, lo hace un negocio rentable.
  
"Vivimos rodeados de peligros elegidos: la alta velocidad, los deportes extremos, el alcohol, las drogas, los animales venenosos. Cada cierto tiempo, necesitamos emociones y adrenalina. El amor se puede disolver en una rutina y entonces buscas un cambio. Lo mismo ocurre con el peligro. Cuando la montaña rusa te parece demasiado suave, vas a un hotel como el de Arrecife", dice Juan, en entrevista.


Estética de la muerte

El actual sexenio, con sus 80 mil 107 homicidios ligados a actividades delictivas según HWR, se caracteriza por una banalización de la muerte. Por ello, no es ajeno al mexicano hablar tranquilamente de embolsados, encobijados, colgados, descabezados, halcones, orejas. Una estética que vuelve el cuerpo humano en un bazar de carnes frías.

"Los mayas tenían un enorme respeto por la vida, no derramaban sangre porque quisieran derrocharla sino por debían pacificar un mundo incierto con lo más valioso que temían. Estaban rodeados de huracanes, sequías, plagas, tensiones con otras etnias. Para preservar el cosmos, ofrendaban algo que les dolía perder.

"Me interesaba contrastar este sentido ritual del sacrificio con las muertes sin sentido que ocurren a diario en el México de hoy. En verdad debemos recuperar el sentido profundo de la vida y de la muerte".

El escritor de 55 años prefiere abordar el tema de la muerte y el narcotráfico no desde la óptica general de los capos acaudalados y la corrupción gubernamental. No es un purista de los géneros, los mezcla cual costurero que tiene que surcir un traje con pedacitos de diferentes telas. Prefiere a Raymond Chandler que a Allan Poe.

Escrita en clave de novela negra, la obra toma como pretexto un crimen para ahondar en la psique de su protagonista Mario Müller.

El soldado tiritaba. Debía tener fiebre. En otra parte hubiera sido un enfermo de malaria. En tiempos del esplendor maya hubiera sido un sacrificado. En mi país era un militar”(Arrecife) 

 

Narrar la violencia es difícil en estos tiempos de narconovelas, narcoempresas, narcomenudeo, narcopolíticos, narcoliteratura. En México, el prefijo narco es como la "i" de los iPhones. 

En la literatura, el art narcó ha devenido objeto desechable. Pese a sus premisas, Arrecife no es una novela para un mercado que compra muerte. Está hecha de ideas cortas como disparos de metralleta (¿o argón?), cual aforismos de un Nietzsche posmoderno: "El país se volvió una mierda. El insomnio es generacional (p. 197)".


"Para narrar sin caer en recursos fáciles hay que demostrar que la mayor violencia no está en la sangre derramada sino en lo que se pierde con la sangre", sentencia. Sin embargo, lamenta: "lo que no podré escribir jamás es lo más difícil de todo: poesía".
 
Yuppies networking

Arrecife hace otra crítica: la de la mitificación de las estrellas del rock. Un virtuoso solo de guitarra es el equivalente a un milagro y a una droga paralelamente: satisface a quienes desean ver algo extraordinario y deja un sentimiento de necesidad de más a otros. Como la malilla. 

"Buena parte del rock se tornó yuppie, en la medida en que se convirtió en un espléndido negocio. Con frecuencia se piensa que la contracultura fracasó por completo, pues sus mensajes rebeldes desembocaron en callejones sin salida. De acuerdo con esa visión, la búsqueda alternativa de las drogas llevó al narcotráfico, el regreso a la naturaleza trajo el ecocidio, la liberación sexual se frenó con el sida, etcétera.

"Sin embargo, hay valores culturales que perduran. La revolución digital tiene que ver con eso, al igual que numerosas formas de arte. Mi novela plantea un turismo que tiene algo de contracultural, es un negocio pero Mario Müller, el promotor, lo ve como una posibilidad de influir a la gente, de que tenga sensaciones radicalmente distintas y así cambie de vida. Sus resultados son ambivalentes y problemáticos, pero trata de lograr eso".

A finales de los 70, Villoro condujo e hizo guiones radiofónicos para un programa con nombre de disco de Pink Floyd. Escuchaba rock progresivo y ácido.

Para crear a Müller, Villoro pensó en alguien completamente distinto a él: "Él fue cantante en su juventud y yo desafino. No hay nada en común entre los dos".


El viento y las sorpresas

Cada viernes, durante todo junio de este año, Juan publicó en Reforma las columnas "El Bueno, el malo y el peor", "Encuéstame otra vez", "Perdone a su candidato", todas ellas sobre el tema electoral.

El hijo del filósofo Luis Villoro se sabe comprometido con la izquierda, una llena de un líder cacique, dice, pero la opción más viable para el país.

El domingo por la noche, de copiosa lluvia y jetas alargadas, 47 millones de votantes supieron los resultados de las elecciones no a través del IFE, sino de las encuestas que contrataron las televisoras. 

Algunas de ellas, como la de GEA-ISA de Milenio, fueron presentadas incluso 5 minutos antes del tiempo oficial, las 20:00 horas. No hubo multa. ¿El resultado augurado por tres empresas? 13 puntos de ventaja para el candidato puntero. El marcador final fue de seis puntos.

Villoro desconfía de los oráculos que predicen presidentes: "Las elecciones se celebran en temporada de lluvias para que el cielo -residencia de las cosmogonías antiguas- nos recuerde que existen el viento y las sorpresas, que no todo está previsto en la estadística y que las voluntades pueden cambiar como las nubes".

Por ello, el ganador del premio Rómulo Gallegos (El Nobel de América, lo llaman algunos) cree que movimientos como #YoSoy132 le dan un respiro de aire fresco a la coyuntura actual.

"El #YoSoy132" es lo mejor que le ha pasado a nuestra sociedad en mucho tiempo, el surgimiento de una masa crítica que, ojalá, cambie el país".


El muro de los hologramas

Posted by Miguel | Posted in , , , , | Posted on 0:53

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¿Puede entregar novedad una gira completa sobre un disco mítico (irregular y exagerado en las palmaditas de hombro que recibe, hay que admitirlo) a casi 33 años de su edición? Roger Waters cree que las premisas e imágenes creadas en The Wall son totalmente vigentes e incluso busca renovar el discurso político con el que se originó. “The Wall live” es su argumento. 

 Su cuarta visita a México representaba una especie de regocijo para aquellos desafortunados y arrepentidos que no pudieron asistir al concierto de 2011. Las dos primeras visitas de Waters habían sobrepasado las expectativas con creces, en 1999 y en 2007, respectivamente. Hace 13 años, la gira “In The Flesh” nos mostró a un Roger inédito en el suelo y aire natoso azteca. En tanto, la de “The Dark Side of The Moon” trajo el sonido cuadrafónico del mítico disco, más unos cuantos guiños inesperadamente agradables a los fanáticos (“Sheep”, “Fletcher Memorial Home”). “The Wall live” ya se había presentado hace un año en el recinto de enfrente. Ok, la pila de ladrillos blancos es más grande, ¿qué más? 

Un muro de 155 metros de largo lanza consignas políticas desde antes que inicie el concierto. Si en la gira original (realizada entre 1980 y 1981), Pink Floyd ironizaba sobre el totalitarismo, la Alemania nazi y la administración férrea de Margaret Tatcher, el concierto solista “raya” el muro del escenario con legendas como “Capitalism” en tipografía cocacolizada. Ironías de la vida: las cervezas más caras que se han consumido en el Foro Sol se dieron en este concierto: 90 pesos por un chisguete. ¿Una Coca-Cola mini? 30 humildes pesos. Las contradicciones del capitalismo histérico.


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A menudo se abrían pedazos del muro para que el público viera a los músicos.


Una parte de los más de 50 mil asistentes (entre adultos contemporáneos corbatizados, chavorrucos con playera desgastada alusiva a aquella gira noventera cada vez más lejana de Floyd, novias que acompañaban a su pareja sin descuidar su estatus de Facebook, neoprogres con mariguana incluida) sabía de qué trataba el acto: la historia de un rockstar depresivo con traumas derivados de la imagen paterna (quien murió en la Segunda Guerra Mundial), la relación edípico-obsesiva con su madre y esposa, y la niñez conflictiva con su maestro, se han insertado en el subconsciente de no pocos. ¿Quién alguna vez no se sintió como Pinky, viendo el televisor rodeado de un infinito desierto?

El concierto, es cierto, brinda lugares comunes. Empero, ahí radica la sorpresa: como el espectador que asiste a un acto de magia, sabe (o cree saber) que será engañado pero busca los pliegues que se diferencien de lo ya visto. En el palomar, quien esto escribe se sienta debajo del avión bélico que dará justo en ese mausoleo blanco, representación de un disco que se niega a morir. Efectivamente, el Messerschmitt Bf-109 desciende al finalizar “In the Flesh”. 

Pese a la limpieza del muro, la atmósfera es violenta. De vez en vez la blanca superficie es pantalla de graffitis virtuales, martillos fascistas y fotos de víctimas de la violencia. Esta es la premisa del nuevo concierto. En la gira de “The Dark Side of the Moon”, el discurso estaba enfocado a los tropiezos e ineptitud de la administración Bush y su política migratoria con México. En este año de especulaciones apocalípticas, “Another brick on the Wall part 2” y “Mother” son el vehículo perfecto para arrojar críticas a la lucha antinarco calderonista. “La violencia construye muros”, “Estamos hasta la madre, no jodan”.

 

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El nombre del fallecido hijo de Javier Sicilia se hizo presente en la pantalla principal.


Tras el intercambio de solos por parte de Dave Kilminster y Snowy White, Waters saca la arenga política: “Quiero dedicarle este concierto a todos los niños que no están con nosotros, a los que siguen perdidos, a los que han desaparecido con esto llamado narco y a todas las mujeres y niñas de Juárez. “Nos unimos a la pena (de) su ausencia ¿Dónde está y dónde estaban nuestro enojo y amor?”, dice Waters, como quien clama al ladrón ante la inocencia que le ha robado. Los acordes mayores de “Mother” siempre reconfortan entre tantas atmósferas en tono menor y armonías disminuidas. “Mother sohuld I trust the Government?”, pregunta el entrañable bajista. “Ni madres”, replica el muro. Ese momento nos revela que la pared no sólo es cobertura de los sentimientos de un individuo alienado, representa también a aquellos que no tienen cara, las víctimas del miedo. 

The Wall también nos muestra otra cara. Ya no es esa obra que les hizo perder millones de dólares a sus integrantes a causa de lo costoso de la producción y la dificultad de llevarla a más de una decena de ciudades. Los 13 tráileres de equipo que arribaron al Foro Sol reflejan la majestuosidad monetaria que mueve consigo la nueva gira. Es también un recuerdo jugoso. La proyección de un Waters cantando “Mother” que acompaña a un Waters viejo cantando “Mother” da cuenta de ello. ¿Es la falta de héroes actuales?¿La visita a un museo movible? Nostalgia con esteroides. 

Adiós a los paraísos © 

La tenebrosamente hermosa “Good bye blue sky” acentúa esa belleza marca Acme del acto. Los visuales lúgubres de Gerald Scarfe ya no muestran cruces saliendo cual bombas de los aviones de la Segunda Guerra Mundial. Ahora las aeronaves vomitan otros símbolos otrora sagrados de la sociedad contemporánea: estrellas de seis picos, lunas y estrellas, signos de dólar, martillos y hoces. Waters sabe que en un mundo ateo mostrar desacralización de estos signos provoca euforia. 

Pese a su cariz azotado y aparentemente asexuado, The Wall también tuvo su parte lujuriosa. En 1979, David Gilmour, guitarrista de una agresividad dramática única, sabía cómo crear solos que llegaban a un clímax despreocupado, complemento perfecto a la teatralidad de Waters. Por ello, es menester señalar que el tema “Young lust” dio cuenta que una proyección de mujeres desnudas no puede ocultar que la voz de Waters ha decaído, cual flácido pene de 68 años intentando juguetear neciamente con una jovensísima puta de 16. 

Roger tuvo su primer momento guango con el siguiente tema, “One of my turns”, el cual tuvo que ser bajado medio tono para adecuarlo a su actual rango vocal. Tras cerrarse el muro, el obligado intermedio recuerda que el acetato debe ser cambiado por el segundo. Por primera vez en todo el concierto las miles de camaritas de celular se apagan. 

Las dos piezas que dan bienvenida al segundo acto (“Hey you” y “Is there anybody out there?”) critican la teatralidad misma de la obra. Sólo se puede ver el muro desnudo, con los músicos detrás de los ladrillos. La cara C del disco se va como esa horrible Heineken de 90 pesos. Viene la mejor parte. “Comfortably numb”, la canción más álgida del álbum es engrandecida por el canto de Kilminster en lo alto de la pálida construcción. 19 timidas luces de encendedor luchan por resaltar ante la mole de celularcamaritas de luz y nula señal. Hasta ganas dan de aventarse al piso, donde yace Waters.


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"Comfortably numb" en acción.



Después, “Run like hell” (también bajada de tono) nos muestra a un imponente jabalí negro que deambula por toda la zona pudiente. Nos restriega su superioridad el muy cerdo. En 1999 ese animal huyó hasta alcanzar la luna defeña. Hoy es aplastado por una multitud de caníbales de la General B. Waters es generoso. Deja que lo pisen, le echen chela, lo vaporicen cual personaje orwelliano. Todos ríen por la desgracia del hermano cerdo. 

 Tras ver la obra es imposible no ligarla a la novela “La invención de Morel”. Y es que el acto del cual fuimos testigos es un hermoso simulacro. El disco es el mismo, la gira es la misma, sólo que más musculosa. The Wall, como Faustine, es un seductor fantasma del cual nos hemos enamorado. Hemos pagado más de una vez para ser engañados por la reproducción de un acontecimiento sucedido hace mucho tiempo. ¿pero acaso no vale la pena vivir una y otra vez esa tragedia de nuestra condición humana con eventos como éste? Es una lástima no ser parte el original, pero sería una verdadera lamentación no formar parte de ese bello y trágico holograma.




Fitter happier... more addictive

Posted by Miguel | Posted in , , , | Posted on 0:59

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Centro Médico línea 9 está atiborrada. Gente que va a sus casas principalmente. Foráneos de ruta, quedamos de vernos en el lugar por antonomasia de las citas chilangas subterráneas. Ese “nos vemos debajo del reloj” es tan contraproducente en días como estos, de axilas calientes y desodorantes ineficaces.

Cristina, la última de la banda en llegar, lo hace cuando hay seis filas de apretones gratuitos. Pudimos entrar a la llegada de la sexta limusina naranja. La tierra prometida: Ciudad Deportiva. Ahí vería por segunda vez a Radiohead. ¿Esperaba lo mismo? Con ellos es siempre un "nunca se sabe". Lo único que sabes es que son adictivos, cual panditas rojos.

La búsqueda árida de una playera decente provocó que nos perdiéramos a Other Lives. Era tiempo de ir por Ale. Cuando llegamos la pequeña tribu que fácilmente entraba a la puerta 5 se convirtió en una gran manada.

Caribou nos sirvió de fondo para comprar alcohol y colarnos a un lugar decente de la General B. Un gordo y alto individuo de sombrerito condesero nos tapa la vista. Después del último acorde del segundo invitado, no hay chiflidos para que inicie, todos parecen agüitados por el chipichipi que se volvió regaderazo nocturno. Ale lleva un impermeable grueso, yo, codo, no me compré uno de esos plastiquitos verdes y azules. No me sentí tan mal: había otros miles en mi húmeda situación.



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De fondo suenan las canciones electrónicas que tanto le gustan a Yorke, esas que hermanadas con Aphex Twin, Flying Lotus y Squarepusher, todas ellas presentes en el Radiohead de hace 12 años, de Kid A, y en el King of Limbs. Muchos y muy rápidos beats que hacen bailar a no pocas veinteañeras y algunas caderas treintonas.

Más de cien beats por minuto y un sonido envolvente dan paso a la canción abridora de la noche: “Bloom”. Las guitarras suenan ligeramente más distorsionadas que las espectaculares imágenes puestas en las nueve pantallas del escenario. “Buenas noches México, somos Radiohead”. Inmediatamente suena el tiempo en 5/4 de “15 step”.

Yorke lleva el cabello largo, canoso y barbita de una semana. Parece un paria epiléptico. O’Brien, de negro y con su beatlesca Rickenbacker 360, nunca deja de lucir elegante y sobrio en sus notas. Johnny, de sudadera roja, es el eterno teenager tímido y talentoso que todos aspiramos ser.

En el escenario vemos a dos pelones. Clive Dreamer, baterista de Portishead, que más que ser un invitado es otro engrane que se complementa con Phil en el arsenal percusivo acústico y electrónico.

“Pinches luces poca madre” dice un joven de bigote a la Zapata o a la Dalí (torcido incluido) al tiempo que mueve la patita. El equipo de iluminación era el mismo que el de la gira In Rainbows, pero aumentado: ahí estaban los leds colgantes; lo nuevo son las pantallas gigantes y las tomas multiangulo de los músicos.


Pese a la lluvia la noche se torna cálida, chingona. “Airbag” es la confirmación de que Radiohead sabe administrar sus dosis de nostalgia con precisión. Pero sabemos que los de Oxford nunca dan concesiones continuas. La que le sigue es “Staircase”, a mí parecer, la mejor canción de King of limbs, aunque no está incluida en el álbum.


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El uso de elementos deconstruidos como loops, textos mochos sin sentido, ruidos y atmósferas extrañas, y ritmos irregulares, se han vuelto parte definitoria de Radiohead tanto o más que el britpop de The Bends. Lo periférico se ha vuelto lo reinante en la banda. Su propuesta estética (y ética, como dice mi amigo César) se basa en ser consecuentes consigo mismos, construir catedrales de sonidos sin ver al pasado, por muy rico que éste sea. “The gloaming” es parte de esa estética que los acompaña desde hace 11 años.

“Supercollider”, otra de las canciones nuevas, no pega tanto entre la gente. ¿O sí?
Todo lo que dice ese hombre del ojo chiquito es aplaudido y coreado por los 90 mil asistentes. “Nude”, otra de “las tranquilas”, es aprovechada por nuestro vecino de hombro para echarse otro joint. “Identikit” y “Little by Little” sirven también de fondo para quienes compran sus asquerosas Sol.

Con “There there” las cosas cambian. El tono rojizo y mareante provoca que todos nosotros, zombis, hagamos air drumming con el Groove tribal de Selway, Dreamer y los hermanos Greenwood. Esto es un pequeño concurso de quien es el más solvente en su imitación. Del éxtasis entramos al frío robótico de “Feral”. Es en las canciones electro cuando mejor presumen la iluminación.


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Veintitrés canciones que hicieron que nos olvidáramos de cuán empapados estábamos. Después de bailar con “Idioteque” nos cambiamos de lugar. Noté que a nuestro lado está el periodista y escritor Alejandro Páez Varela cantando emotivamente “Exit Music for a Film”, esta vez sin que se les rompiera alguna cuerda a los de Oxford, como sucedió en su anterior visita.

La pieza se presta para darse arrumacos y susurrarse al oído. La mujer que acompaña a Páez Varela llora. Como si esa frase de “Today we escape, we escape” los hiciera sentirse más cerca. El público alienado se va satisfecho con otro guiño al pasado: “Street spirit”.

Es curioso como una banda que habla sobre la alienación nos hace sentir tan bien. Los sintetizadores, las voces alteradas, las depresivas guitarras ambientales nos hacen sentirnos en casa. Como los dos monitos que se saludan en el Ok computer. Todos salen alegres bajo la llovizna.

Tohuí

Posted by Miguel | Posted in , | Posted on 9:31

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A Alejandra

El viaje, dijo Javier, era para que ella se distrajera del incidente de la clínica, que no lo era tanto, dado que era su segunda o tercera visita clandestina. A estas alturas de la relación su idea de amor se acercaba más a una concha dura cuando se topa con un humeante café: no estaba tan mal después de remojarla.

Había conseguido los boletos en una de esas promociones a lugares que ya nadie quería ir. El avión llegó a Chihuahua a las 11:17, pero el Chepe partía a las 6:00 am, casi un día completo a la deriva. Después buscar áridamente pequeños museos –era lunes- y restaurantes que no fueran de burritos, y para no esperar más, optaron por irse en un camión de esos que te llevan por la mitad de precio que el tren pero con los clásicos inconvenientes: una descompostura, rápidez cero, humores variados, baño sin agua. Sólo les tocó el típico niño llorón y una familia blanda que no supo apagarlo. Verlo hizo que Diana hiciera lo mismo, muy calladito. Javier durmió la mitad del trayecto.

Por la noche llegaron a Guachochi. Su hotel tenía forma de castillo francés –de ahí su “original” nombre- y el clima era digno de los Alpes. El pueblo era, como otros de la sierra, mixtura de creencias locales y enseñanzas de los jesuitas. Hasta allí, los misioneros habían llegado a inculcar a los rarámuri costumbres como arar la tierra, cultivar plantas frutales o el hilado de textiles, sin embargo, muchos de ellos todavía vivían en cuevas, al pie del cañón, herméticos, parecidos a la madera que metían a sus viviendas. Diana se deprimió aún más.

Ni el teleférico, la tirolesa o las cascadas de Cusárare la compusieron. El colmo del viaje había sido la “máscara” tarahumara. Él no había notado que la artesanía que compró probablemente había sido hecha por un manufacturero de ojos rasgados al otro lado del mundo, y no por un nativo de piel cobriza. Parecía más del tipo maya que propia del lugar. Era como adquirir postales de otro lugar sin darse cuenta de lo que se ve, pensó Diana. Viendo al voladero, ella recordaba los tiempos en los que era feliz, cuando realizaba encuentros furtivos a expensas de Javier.

La comida era buena, aunque un poco salada en todos lados. Cuando probaban sus respectivos platillos, Javier vio a través de los grandes ventanales del lugar que una indígena bajaba descalza el cañón rumbo a una zona donde salía humo. Le preguntó al mesero de qué se trataba mientras Diana estaba en el baño. Después de insistir, a regañadientes aceptó.

Unos cuantos perros famélicos y dos mulas cargadas de leña era la única fauna visible. Hay que apurarnos porque el museíto local lo cierran a las 4, señaló aquél. En la pendiente, encontraron cuarzos regados entre las piedras. Tomaron algunos. El lugar, hay que decirlo, era un tanto hosco e hirsuto: unas cuantas vasijas por aquí, algunas fotos amarillentas y prendas multicolores por allá, todo muy discreto. Qué más querías por 10 pesos, le respondió ella un tanto decepcionada de todo, de ella misma. En 15 minutos ya iban de subida.

El sol en esta parte del país es errabundo, busca huir lo más antes posible para guardarse de los gélidos acantilados y árboles que todo lo cubren. Poco antes de llegar al camino al hotel, se desviaron a una cueva llamada “del chino”, un asiático que se escondió en donde pensó que la revolución no llegaría. Cabe indicar que no tuvo mucho éxito. Ahí, en unos puestos maltrechos ubicados frente a las modestas –es un decir- viviendas aledañas a la caverna ambos compraron máscaras de una tosca belleza a una señora que parecía de mayor edad. Diana sonrió ligeramente. Después de comprar unos cuantos cuarzos del tamaño de una manzana se encaminaron a la vereda. Cansada, ella estaba, al fin contenta, pero pensaba decirle a Javier que no se iría con él de regreso, ya lo había meditado las dos noches que habían pasado.

Cuando daban la última vuelta empinada unos ruidos de pasos se aproximaban a ellos. Ella creyó que eran sicarios –había leído o visto en la tele de una nueva ruta que el Chapo había hecho para el trasiego de droga-. Él la tranquilizó poniéndose enfrente y ocultándola dentro de una cueva abandonada. Los pasos no eran pasos, sino pasitos: dos niños rarámuris bajaban a toda mecha con los pies descalzos como si tuvieran las botas de suela más gruesa que hubiera en el mercado. Por eso los chabochis (mestizos o blancos) les decían “pies ligeros”. Tenían toda la razón. Los mocosos, de unos cuatro o cinco años, llevaban entre sus piernas unas ramas semisecas cual purasangres.

Al tiempo que salía de su escondite, Diana se conmovió al grado de besar los pómulos agrietados de los niños. Lloró un poco y abrazó a Javier. Se volvió a agachar y le dio un billete al niño más sonriente de los dos, quien casi enseguida de darle su nombre galopó en su purasangre rumbo al camino que llevaba al museo local. Por más que les gritaron no se quisieron detener o no notaron que se les había caído el billete de 200 pesos que Javier le había colocado en la pequeña bolsa de su pantalón desgastado. Ya era de noche, y mejor procuraron subirse y preguntarle a Víctor, el criado del hotel que los estaba esperando en la orilla de la carretera, y quien seguro debía conocer bien a las madres de los chamacos para darles el dinero.

Poco antes de dejar el Castillo, Diana entró a mi habitación y me contó lo sucedido, todavía conmovida. Antes de irse para siempre dijo: “Era yo quien estaba perdida”.

Esta mañana me enteré que Diana y Javier partieron en el Chepe rumbo a los Mochis. No la seguiré, como hasta ahora. Aún me quedan un par de días de reservación, los mismos que a ellos. Como aquellos que perdió en aquél oscuro sanatorio, que eran míos, ella encontró al niño que había dejado morir dentro de ella. Es la inocencia que nos hace tan niños y que nos mueve. Poco después me enteré que se embarazó de Javier. Le pusieron Tohuí a la criatura, como se llamaba el pequeño jinete rarámuri.

Tempestad en el Edomex

Posted by Miguel | Posted in , | Posted on 20:22

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Was heisst Aufklärung? (¿Qué somos?)
Kant


El miércoles pasado, cuando Edmundo y yo subimos al taxi tras darle a la talacha periodística empezamos a hablar de lo que augurabamos para la elección de este domingo en el Estado de México. Yo hablé sobre los cuchareos de encuestas en otros impresos antes de que fueran los comicios, y los resultados "reales" que contrastaban totalmente con sus cifras. Era una forma de dismular una comezón molesta en el punto en el que tu mano no alcanza a rascarse la espalda: "Eso está más que obvio, el PRI arrasará. Esos hijos de su puta madre están metidos en todos lados", dijo Mundo.

El taxi comunitario circulaba por Eje Central, a la altura de Viaducto. Mientras hablábamos de conjeturas del trabajo ("puros pedos y más pedos", solemos decir los coeditores de Nacional, el llamado Tortolero style), Mundo golpeó mi pierna con la suya para avisarme sobre algo. La señal de mi amigo iba dirigida hacia el parabrisas, que lucía un horrible sticker de Eruviel.

El taxista se anexó a la charla mencionando casi al mismo tiempo que el candidato priista (hoy virtual Gobernador) le había regalado una bicicleta. -Y mientras Ecatepec sin agua- dije en tono irónico. Ahora el golpe a mi pierna era como para decir "cállate pendejo jaja". "Pero Eruviel ha llevado tinacos de mil 200 litros a las colonias y los otros candidatos no", replicó el señor.

Un tercer tripulante entró a la conversación, un tocayo. Miguel, unos veintitantos años mayor que yo, había sido funcionario a principios de los 90 en una población indígena de Puebla. Contendió por el PRI, of course. El "RIP" le llamó él. Contó la forma en que fue elegido al más puro estilo ibargüengoitiano, con una "multitud chingona, no mamadas".

La historia de la política en México es como un libro nuevo que se empolva antes de salir a los estantes, un coitus interruptus, dado que siempre esperamos ya no mejorar, sino salir del atorón aunque sea un poco. Así, el poder ha sido bien entendido por el viejo/nuevo PRI, como una estrategia, ejerciendo miles de dispositivos que lo hagan funcionar correctamente. Es un efecto de conjunto, por lo que hay que estudiar, como bien señala, Foucault, sus hogares moleculares. Y vaya que el tricolor sabe mover esto: conciertos en colonias populares, entrega de despensas en comunidades indígenas, regalos como erucilindros y eruplayeras (whatever that means) en actos públicos y propaganda saturante (desde el metro hasta Youtube).

Cuando don Ángel llegó a mi casa (yo era el primero de la ruta del taxista), me despedí de Mundo y Miguel, y empezó a chispear. Horas más tarde Ecatepec y Neza se inundaron.


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Posmo times

Posted by Miguel | Posted in | Posted on 12:23

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Beatlesca-hipsteriana:


All you

need is

bluff



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Rizoma

Posted by Miguel | Posted in , | Posted on 0:57

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Don't go for the root, follow the canal...


Cada que Elena me hablaba en horas de infomerciales era para que fuera a recogerla a casa de Benjamín, su pareja. Ella le decía Benji, pero ese nombre de cariño quedaba bien para un niño tierno o un idiota, no para un hijo de puta.

De camino a la Guerrero, donde yo rentaba desde hace dos años un cuartito que parecía panal de avispas abandonado, ella musitaba lo mismo, al tiempo que dejaba su vaho sobre el vidrio de copiloto: "a pesar de todo, quiero echar raíces con él". Era estúpido tratar de hacerla recapacitar.

Al llegar a la vecindad, Elena procuraba abrir el grifo y rociar agua a una planta de jengibre que tenía en el pasillo. Nunca me gustó, es más detestaba darle de beber.

Las pugnas entre Benjamín y mi hermana siempre eran las mismas: llevaba años sin poder embarazarse, de hecho ya había abortado un par de ocasiones. Él buscaba (nunca se lo dije para no hacerla sufrir más) ósculos baratos entre las servilletas de la fonda donde trabajaba. A veces conseguía "conectes" con una que otra chava que se apendejaba.

Platicamos sobre lo jodido que me iba en la chamba y la posible venta de mi Tsuru. Llevaba tres trabajos en dos años y prefería no aprehenderme a nada por mucho tiempo. "De veras no entiendo porque no seguiste pintando", me decía Elena de vez en vez al ver los collages y pinturas intervenidas, colgadas en el la sala-comedor. "Nunca entendí ese arte tuyo tan fragmentado, siempre me gustaron más las naturalezas muertas o los bodegones".

Es difícil ser un intelectual independiente en el país, y peor aún a esta edad que a uno todo le sabe a deuda, hasta las borras del ombligo. Elena lo sabía bien. Benjamín llevaba no poco tiempo buscando que le publicaran unos libros de poesía y, ante la falta de entradas económicas, vendía algunos poemitas a alumnos de la Sogem en trabajos finales. Con las ventas, algunos de sus clientes sacaban sietes y a veces un ochito en sus boletas.

Mientras escuchábamos algo de Duran Duran de un canal de videos, ella me dijo que nuevamente estaba embarazada. No sé por qué pero deseé que el bebé tuviera el ceño del papá para que Benji se cagara para adentro. Le dije: "Ya no vuelves con ese güey, ahorita vemos cómo nos acomodamos", al tiempo que le sobaba el moretón que llegaba casi hasta su oreja.

Le di un té y esperé a que se durmiera para que no escuchara las ásperas balatas cuando arrancara. La Obrera no quedaba muy lejos a estas horas, cuando los semáforos todos son intermitentes. Muy propio le hablé a su celular para que bajara a abrirme y madrearmelo sin que se oyera el portazo. Con el rabillo del ojo vi que una hirsuta mujer se asomaba. Me dio pena preguntar si estaba el hijo de puta.

Tras echarme unos tacos en Sullivan regresé a la casa pero no llevaba llaves. Pensé en trepar pero no vivía en una vecindad de telenovela: la última vez (sospecho) uno de los vecinos robó mi waflera. Toqué con una moneda y después con el puño cerrado. "Ya deja de chingar pendejo", gritaban desde el 415 o 16. Alguien me aventó una maceta, era la de mi planta. De entre el cascajo en el piso sólo había tierra morena y pedazos de barro, pero no los rizomas o restos del gengibre. "Nota mental: cambiarte de zona lo más pronto posible, una menos culera y rata", apunté.

Dormí en el Tsuru hasta que mi vaho en el parabrisas levantó sospechas de una patrulla. Le expliqué lo sucedido y tras unos minutos de espera salió de la vecindad el primero de los madrugadores: un obrero que trabajaba hasta las afueras de Coacalco.

La puerta no tenía seguro. Elena estaba en el baño con coagulos de sangre por todos lados. Había usado el jengibre para hacerse un té especial. Lo único que recuerdo es que me susurró algo como "cambié mis raíces por rizomas", o algo similar. Benji no se enteró nunca de lo sucedido. Preferí guardarmelo.

Meses después retomé (ja!) el trabajo de hacer naturalezas muertas y bodegones y, a pesar de que busqué a Benjamín dos o tres veces para romperle su madre, nunca lo encontré, o se escondía bien. Me dio pena tocar a su puerta.

'Conmociona' Jeff Beck al Metropolitan

Posted by Miguel | Posted in , , | Posted on 3:00

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"No se debe hablar sino cuando no cabe callar", reza un aforismo nietzscheano. Eso Jeff Beck lo sabe. Tiene la capacidad de vomitar las notas que quiera pero cual maestro zen, sabe de la cualidad de medirse. Tiene decenas de pupilos, hijos putativos e imitadores pero él sigue siendo fiel a su única constante: el cambio.

Mi hermano y yo arribamos a las 20:15 sin esperar una cola de gente. No la había. Beck es uno de esos artistas que poseen la extraña cualidad de ser famosos sin tener un single. Nuestras butacas solitarias aguardan a que sean las 21:00 horas. El sopor me gana y decido cerrar los ojos mientras empieza a llegar poco a poco la gente.

Luego de quince minutos el Metropolitan luce colmado. A pesar de estar sentados en la penúltima fila, podemos ver bien el equipo del genial narigón: dos bajos eléctricos, un electric upright, la imponente batería de doble bombo de Narada Michael Walden y una serie de teclados. -¿qué no viene (Vinnie) Colaiuta?, me preguntó mi hermano unos días antes. No.

Ahí está José Manuel Aguilera sentado cuatro filas más abajo. La influencia del británico es evidente en la música del líder de La Barranca, quien va como un fanático más, ni siquiera en una butaca cercana a los pies del ex Yardbird. A unos metros también está el gran Emmanuel Mora, quien también admira el trabajo de su colega sexagenario. “De él (de Beck) me gusta todo”, me dijo hace unas semanas el jazzista.

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A Jeff siempre se le ha dado el dominar la síntesis de palabras. Su semblante es serio al salir. Las eternas botas (ahora blancas) combinan con un atuendo negro sin mangas, como usualmente acostumbra en sus presentaciones. Sabe dominar el silencio. Una pieza ambiental (muy al estilo de Where were you) inunda el escenario. Los cálidos dedos de Beck imprimen un aire dramático y a la vez nostálgico al momento. Días antes, en entrevista desde Nueva York, el músico afirmaba no ser tan conocido como sus ex colegas Jimmy Page y Eric Clapton, sin embargo, el prestigio le ayudaba. Al menos en sus giras por América, ambos (la fama y el prestigio) han estado de su lado. En Argentina y Chile, los dos últimos países que visitó antes de arribar al D.F. recibió críticas favorables. Como artista consumado sabe cuáles piezas son favoritas del público.

Tras dos piezas de su último disco, Emmotion & Commotion, suena el riff inicial característico de Led Boots, un funk muy metálico que se beneficia del bajo pesado y preciso de Ronda Smith. La morena ex bajista de Prince hace olvidar a la hermosa Tal Wilkenfeld. Una señora a mi lado se emociona como si dijera “Jeff, lo volviste a hacer” y empieza a carcajear. Las canciones poseen un ánimo renovado. Divebombs. Así fluyen las piezas. Hammerhead tiene reminiscencias zeppelinescas. Uno de los puntos álgidos llega con Angel (Footsteps), tema en el que Jeff nos muestra su habilidad en el slide. La técnica de tapping en él parece un elemento más de la composición. Horas después hablaría al respecto con un buen amigo guitarrista. Mientras Jimmy Page vivía sus años de decandencia en las drogas y en la crisis post Led Zeppelin, Beck nunca dejó el instrumento. Prácticamente se vuelve una extensión de su brazo.

Los palancazos de Beck le vuelan la cabeza a todos. Volteo a ver con el rabillo del ojo a mi vecino de butaca y no dejaba de gesticular cada vez que Jeff tocaba un solo o algunas frases. Como si dijera “¡Cómo diablos lo consigue el hijo de puta!”. Mientras desfilan Stratus, de Billy Cobham; Over the rainbow y People get ready la señora de al lado sigue riéndose con la misma expresión. Aquello es la embriaguez total.


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La guitarra Stratocaster sólo es suplida por otro modelo igual durante el concierto, aunque en el encore, Beck toca una Les Paul, para hacer honor a su creador, a 95 años de su nacimiento con How high the moon, con la voz prestada de Imelda May desde una computadora. Antes interpretó A day in the life, la emblemática canción beatlesca que grabó para el disco de George Martin In my life. El actuar posmoderno se hace presente. Todos sacan sus cámaras, iPods, celulares para grabar el pedazo de emoción y llevarlo a sus casas. Después, cuando suena Rumblin' and Tumblin' no se vio luz digital alguna. Tras cerrar con el aria de Puccini, la hermosa Nessun Dorma (que trae de vez en vez ecos de Brian May), la banda se retira entre aplausos ininterrumpidos durante varios minutos. Un tipo pide a gritos que toque su versión de la mccartniana She's a woman. Lo hace más de diez veces. Los aplausos lo opacan.

Jeff se despide con unas cuantas palabras: "Thank you".

Al final, entre el montón de gente intentamos buscar a José Manuel Aguilera para podernos tomar una foto con él pero lo perdimos en las escaleras.